miércoles, 18 de marzo de 2015

La serrana de la Vera

En la tierra de Extremadura, siempre celosa de su tradición, se conservan todavía hoy numerosas variantes del romance de La serrana de la Vera, aunque las informantes que los tomaron directamente de fuentes orales en su infancia -normalmente eran mujeres esos acervos vivos de costumbres y sabiduría popular- son cada vez más escasas por razones de edad. ¡Qué le vamos a hacer!

Afortunadamente, los folcloristas han recopilado algunos de esos textos y nos han legado varias y diferentes versiones de esa extraña historia de la mujer medio bestia medio guerrera que habita en soledad en la montaña y que, dotada de una fuerza descomunal, obliga a los viajeros a pagar peaje amoroso a cambio de su protección y abrigo en los duros días del invierno.


Una de las versiones más conocidas y difundidas popularmente es la que grabó Joaquín Díaz en su disco ya legendario "Cancionero de romances." Aquí os la dejo con su letra. No deja de ser divertida, me parece.

En Garganta de la Olla,
legua y media de Plasencia,
se pasea una serrana,
blanca, rubia y halagüeña.
Con la honda en la cintura
y terciada su escopeta,
cuando tiene sed de agua
se sube por la ribera,
cuando tiene sed de hombres
se baja por la vereda.
Pasan hombres, pasan hombres,
no pasa el que ella desea.

Ha pasado un soldadito,
licenciado va a su tierra,
le ha agarrado de la mano,
para su cueva le lleva.
Le ha mandado hacer la lumbre
con huesos y calaveras
y el soldado le pregunta:
-¿De qué es esta leña seca?
-Es de un hombre como tú
que he matado en esta cueva
y lo mismo haré contigo
cuando la rabia me venga.


De conejos y perdices
ha puesto una rica cena:
los conejos para él,
las perdices para ella.
Acabados de cenar
le mandó atrancar la puerta
y el soldado que no es torpe,
la dejó solo entreabierta.
Y en cuanto la vio dormida,
se echó fuera de la cueva.

Legua y media lleva andada
sin volverse la cabeza.
Una vez que la volvió
--y ojalá no la volviera--
vio venir a la serrana,
bramando como una fiera.
Una honda que traía,
la cargó de una gran piedra;
con el aire que la arroja
le derriba la montera.
En la encina que pegó,
partida cayó por tierra.
- Vuelve, vuelve, soldadito,
vuélvete por tu montera.
- Mis padres que son muy ricos
me comprarán otra nueva
y si no me la compraran,
me pasaría sin ella.

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